top of page
Buscar

Cabalgatas en La Joaquina: la pausa que galopa en silencio

Hay algo sagrado en subirse a un caballo y dejar que el tiempo cambie de ritmo. Como si, con cada paso, uno volviera a una versión más simple de sí mismo. En La Joaquina, ese ritual cotidiano se transforma en experiencia: una cabalgata serena por los caminos del campo, donde la naturaleza no apura y el alma se acomoda.


No importa si es la primera vez o si ya llevás años montando. Acá no se trata de velocidad, ni de técnica. Se trata de conexión. Con el caballo, con quienes te acompañan, con el paisaje… con vos mismo.


ree


Entre mates y riendas


El paseo empieza antes de montar. Entre risas, saludos y alguna ronda de mates. Alguien acomoda el estribo, otro acaricia al caballo como si ya lo conociera de antes. Hay algo ancestral en esa escena: personas y caballos compartiendo espacio sin apuro, sin artificios.


Y entonces llega el momento. El cuerpo se acomoda en la montura y, con el primer paso, todo cambia. El ruido se aleja, el corazón se aquieta. Solo se escucha el crujir del pasto, el viento entre los árboles, algún ave que saluda desde lo alto.



Compartir la calma


Hacer una cabalgata en La Joaquina es una forma de compartir sin hablar demasiado. Con tu pareja, en una mirada cómplice. Con tus hijos, señalando un zorro que se cruza en el camino. Con tus amigos, entre bromas y silencios largos que no incomodan.


Hay algo profundamente humano en ese andar conjunto. No es solo una actividad al aire libre: es una excusa para volver a estar cerca, para hablar de otras cosas, o para no hablar de nada.


ree


El campo como escenario, el caballo como guía


El recorrido serpentea entre árboles, pastizales, y la vista abierta hacia las montañas que enmarcan Rosario de Lerma, a solo 40 minutos de la ciudad de Salta. Pero parece otro mundo. Uno más lento, más real.


El caballo guía el ritmo. Y uno aprende a soltar. A confiar. A mirar más lejos. A dejarse llevar por ese compás suave que solo el campo sabe marcar.



Una experiencia que se queda


Cuando termina la cabalgata, algo cambió. Uno baja con la espalda un poco más liviana, con la cabeza más clara. Se ríe distinto. Se respira mejor.


Porque no fue solo un paseo. Fue una pausa que galopó en silencio.

Una experiencia que no se cuenta: se recuerda.



En La Joaquina, los caballos no son parte del paisaje. Son parte de la experiencia.


 
 
 

Comentarios


bottom of page